martes, 19 de febrero de 2013

Diagonal

Pablo P. - Barcelona


   No hay modos ni estrategias perfectas para conocer una nueva ciudad.  Se trata de un ejercicio tan particular, tan íntimo y cargado de condicionantes emocionales que, de hecho, seguramente existan tantas versiones de una misma urbe como personas la habitan. Por mi parte, disfruto imaginando un corte perfecto, profundo, de precisión quirúrgica, en el corazón y demás entrañas del plano en cuestión. Todo se revela así mucho mejor. Todo deja ver su funcionamiento, cuando se abre.

   En el caso de Valencia, ese corte es irregular. No caprichoso, pero sí dinámico y flexible, como siempre es la formación del cauce de un río. Tiene la ciudad su propio cosido en el antiguo asentamiento del Turia, y tan a menudo parece toda su idiosincrasia nacer precisamente de ahí.

   En Barcelona, el corte es más preciso, y aunque ha cambiado su nombre casi media docena de veces, la brecha sigue respondiendo al título de Diagonal.







   Mi recorrido empieza pronto, bajo la sombra del scalextric de Glòries, uno de los más grandes monumentos a la ineptitud urbanística. Aquel que iba a ser el centro neurálgico de Barcelona en detrimento de Plaça Catalunya, continua siendo un punto negrísimo de, al parecer, pronta recuperación, para consuelo de Ildefons Cerdà. Antes, sobre lo que una vez fue un barrio obrero insalubre en mitad de una marisma, se levantan altos edificios de oficinas de discutible relación con su entorno.

   En Els Encants Vells quedo con Marta. En el viejo mercado de antigüedades existe cierta tristeza revoloteando el ambiente. Yo digo que es la crisis. Ella, que aún es pronto. De repente me sorprende un puesto con docenas de vestidos de novia usados. Observo que tiene éxito entre la clientela.




   Me despido de mi compañera para acto seguido verme arrollado en Gràcia por una marabunta que se cruza  sin contemplaciones en mi camino. Aquí, en una actividad febril, casi caótica, cientos de personas de todo signo y condición se arremolinan a la salida de los grandes almacenes y las tiendas de moda. Es esta la prueba fehaciente de que vivo en una ciudad beta. Paso con algo de dificultad tan rápido como puedo y me permiten las piernas. Ya hace un rato que he dejado atrás Fort Pienc, y se nota en el cariz de los comercios. A la llegada de la noche, se notará también en la luz que ilumina sus calles. La Diagonal sigue siendo un recorrido por las clases sociales de la ciudad, cien años después, algo que resulta tremendamente ilustrativo al llegar a Francesc Macià. Antes, modernismo a mansalva. Aquí, trajes a medida. Señoras y Señores de buen ver. Y más allá, el lujo son las anchas aceras, la pulcra limpieza del suelo que piso, el cuidado de sus setos. A esto lo llamo un boulevard. Vegetación generosa al lado de dos imponentes centros comerciales. Y el lujo de admirar los jardines colgantes del edifico Planeta.



   Tras universitats, el remanso de paz del jardín de Pedralbes, lugar idóneo para parejitas enamoradas, aerobic suave y mascotas inquietas.

   Dicen que ahora Diagonal es mucho más democrática porque llega al mar. Que hay planes geniales para reformarla, darle brillo. Puede ser. Pero hay cosas que nunca cambian.

Los estudiantes cogiendo sus buses de vuelta a casa en universitats, me recuerdan que ya es tarde. Más allá, Barcelona se termina. Me pregunto qué sensaciones me dejará ahora, el recorrido inverso de esta arteria.

3 comentarios:

  1. me parece super interesante este blog, lo acabo de descubrir y me quedo para poder ver nuevas entradas! Animo a q eches un vistazo a mi blog y me sigas si te gusta!
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    un saludo y gracias!

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  2. Lo de Francesc Macià siempre ha sido de "Yo de Diagonal no bajo" dicho pijeril barcelonés.

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  3. Bonito recorrido, y preciosas fotos!

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