lunes, 1 de agosto de 2011

El totalitarismo de lo visual

Pablo P. · Valencia


El mundo vive bajo el yugo de la imagen. Es un hecho. Bajo la dictadura del ojo, triunfante sobre el resto de nuestros sentidos. Un torrente de flashes nos salpica cada día, anuncios, publicidad. La vida diaria, en su vertiginosa cadencia no deja demasiado tiempo para la reflexión. Fast food para rápidas digestiones. Sí, por fin, la forma, triunfó sobre el contenido. Y no, no es cosa de nuestros días.

Viene ya de lejos.

En los tres últimos años en los que he tenido que estar presente en las defensas de PFC como tutor, un escalofrío invadía mi espinazo al comprobar, en un interminable desfile de fastuosas recreaciones, la absoluta falta de alma, coherencia y discurso en muchos de los proyectos presentados. Sí. Un alarmante totalitarismo del render se había asentado, supongo que para no dejar nunca más su lugar sin presentar batalla. Es evidente que las herramientas puestas al alcance de diseñadores y arquitectos para materializar sus ideas no tienen la culpa, pues son eso, herramientas. Vaya, ni siquiera he considerado imprescindible el absoluto dominio del lápiz (aunque me remita con frecuencia a aquello que decía Einstein, si no sé dibujarlo, no lo entiendo)

La cuestión radica en que cimentamos las ideas, no ya sobre un formalismo exacerbado, sino sobre la mentira. Porque el render, esa imagen que supura realismo fotográfico por los cuatro costados, es una mentira. Tanto como el cutis de las modelos pasadas por el Photoshop. Vendemos una realidad, que de tanto aproximarse a la pura materialización de la forma, cae en la falacia. No hay interiroes asépticos. No existen salvo en las revistas de casas-museo que, parece ser, nunca fueron habitadas.

Por eso, defiendo aquí y ahora, el trazo, la expresión, el toque sutil, lo orgánico y abstracto, el alma. ¿Acaso no hay información en esta planta de Campo Baeza? ¿Buscará Tadao la representación perfecta sobre una pantalla del mimo con el que se trabajó el hormigón?


Pocas cosas suscitan más mi admiración que una planta equilibrada, ordenada, compensada, cuya composición no envidia a la de cualquier cuadro de Géricault. No culpo a nadie de lo contrario, pues sería injusto no aceptar el poder de fascinación que supone alcanzar grados de realismo como, por ejemplo, los que logra Peter Guthrie

Peter Guthrie

Es obvio que podemos (y debemos) convivir con estos avances que, a priori, juegan a nuestro favor. Pero no descuidemos el discurso. El andamiaje creativo de cualquier proyecto, se viene abajo sin él. Combatamos el totalitarismo de la imagen, uno más de los que sufrimos en este S. XXI

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo; para la mayoría del mundo, todo es cuestión de apariencias (desde la ropa que llevas hasta la pinta que tienen unos tomates). Pero yo creo que no es nuevo, la culpa no lo tienen los renders; el mismo Campo Baeza es uno de esos arquitectos que tienen obsesión por la "poética de la geometría", se le podría llamar, pero en él va más allá, y se incluye la pureza del blanco... el patio del Museo de la Memoria de Andalucía (aquí en Granada), por ejemplo, es tan blanco que cuentan que una vez entró un ciego y tuvo que salirse porque le molestaba la luz...

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  2. Ya parece impensable presentarse a un concurso sin presentar infografías, porque parece que es autodescartarse.

    Una reflexión muy acertada, enhorabuena por el artículo.

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