Salva · Valencia
Pintaron el hormigón de gris, frío como la escarcha. Poco a poco, para no desentonar, las personas empezaron a palidecer.
Decidieron forrar paredes con espejos reflectantes. La realidad se repetía tanto que nos confundía y atontaba.
Todas las calles eran circunvalares, todas las aceras pistas de patinaje.
El tráfico denso borró los pasos de cebra, el aire contaminado oscureció las señales de precaución.
Las bocas de metro, durante las horas puntas, engullían y tragaban, devolvían y eructaban.
Los sintecho cocinaban sus alubias enlatadas al calor que desprendía el asfalto polvoriento.
Las grandes superficies regalaban simpatía y ofertaban sus productos en los fines de semana. Plantaron humo, brillaron semáforos y cantaron coches para vender perfume, gafas de sol y aparatos de mp3.
El entretenimiento venía en bolsas, la alegría en tetra-brik y la emoción en pequeños frascos. No había problemas, pues todo se reciclaba.
La plaza más pequeña era la de toros. Decenas de niños se perdían cada tarde al correr tras de palomas.
El callejón más estrecho era el aeropuerto. Los vecinos del enfrente parecían hormiguitas.
La altura de las casas se medía en nubes: veo dos, siete, veinte nubes por debajo de la cima.
La altura de las casas se medía en nubes: veo dos, siete, veinte nubes por debajo de la cima.
...un momento, porque hay algo más arriba...
.....y aquellos llamados a defender el orden y la ley generaban pánico con el retumbar de sus botas y el golpear de sus porras. Y entonces, sobre aquel fondo de escenario aburrido y gris calló una mancha de rojo intenso,de rojo sangre, de rojo pasión, rojo indignación, rojo revolución, de rojo BASTA YA!
ResponderEliminarMuy bueno salvica!
Me quedo pensando... creo que lo leeré más veces
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